Cada año cientos de personas pierden la vida, ahogadas en espacios acuáticos de nuestro país.
De hecho, durante el año 2020, fueron 338 los fallecidos y, aunque se observó una leve disminución respecto al año anterior (en el que hubo 440 víctimas mortales), la cifra continúa siendo muy elevada.
Según los datos oficiales de la Real Federación de Salvamento y Socorrismo, la Comunidad Valenciana es el territorio en el que más muertes por ahogamiento en espacios acuáticos se producen.
En cuanto al perfil de la víctima, hablamos de hombres de más de 35 años, siendo la playa el lugar de mayor riesgo de ahogamiento.
Uno de los datos más importantes del informe lo encontramos en el hecho de que la mayor parte de estos accidentes que se saldan con víctimas mortales, ocurren en playas sin vigilancia. Pero no todos, lo cual exige un análisis de las situaciones que llevan a que ocurran estos fatídicos sucesos.
2020 en cifra
Teniendo en cuenta el Informe Nacional de Ahogamientos (INA), el 77% de los fallecimientos por ahogamiento se produjeron en espacios sin vigilancia, representando el 44% las playas.
Esto se puede deber a la masiva afluencia de turismo nacional e internacional que visita nuestras costas en la época estival, pero también a la falta de vigilancia de muchos espacios de playa, situación que se produce con menor frecuencia en parques acuáticos o piscinas.
Así, los accidentes mortales en ríos representan un 13% y en piscinas y parques acuáticos, un 10%.
Respecto a la nacionalidad de las personas fallecidas, se observa un crecimiento de las nacionales (84% frente al 76% del año anterior), que puede deberse a la situación pandémica actual, que limita los desplazamientos entre países.
Lo más sorprendente de estas cifras es que 261 casos de muerte por ahogamiento en entornos acuáticos no existía ningún servicio de salvamento o socorro.
Esto podría significar que se produjeron 261 muertes evitables si en esa instalación, playa o entorno natural hubiera contado con un servicio especializado en salvamento y rescate acuático.
Existe un consenso general en que la presencia de socorristas en el medio acuático es una medida de seguridad necesaria para el disfrute sin riesgos de actividades en estos entornos (Harel, 2001; Pelletier y Gilchrist 2011 citados por Sanz 2011). Lo que no está tan claro es cómo organizar estos servicios de rescate.
Normativa vigente
En España son las Comunidades Autónomas las que regulan la presencia de
socorristas en los entornos acuáticos sobre los que tienen las competencias transferidas. Debido a esa situación, cada Comunidad establece su normativa, siendo distinta dependiendo del territorio.
De hecho, por ejemplo en Ceuta y Melilla ni siquiera existe normativa vigente al respecto y se rigen por una legislación estatal del año 1960, que recoge lo siguiente:
“Las piscinas públicas tendrán, indispensablemente, bañeros que sean expertos nadadores, adiestrados en el salvamento de náufragos y conocedores de la práctica de los ejercicios de respiración artificial en casos de asfixia por inmersión. El número mínimo de aquellos será de dos si el aforo de la piscina no exceda de doscientos bañistas. Cuando exceda, por cada doscientos o fracción habrá, al menos, un bañero más». Art. 22 de la Orden de 31 de mayo de 1960.BOE n. 141, 13.6
Esta normativa está claramente obsoleta puesto que ni siquiera regula los conocimientos mínimos que debe tener lo que llama “bañero”, ni específica el personal sanitario necesario.
En las Comunidades donde sí existe normativa en vigor, nos encontramos con una legislación escasa y ambigua que no va mucho más allá de establecer el número de socorristas necesarios.
Además, en muchos territorios, como Cantabria o Navarra, las piscinas comunitarias están exentas de la obligatoriedad de contar con personal especializado en socorrismo.
Socorrista: funciones y responsabilidades
A la vista de los datos que arroja el informe INA de la Federación Española de Salvamento y Socorrismo, la presencia de personal experto en la materia resulta vital para reducir el número de fallecidos por ahogamiento dentro de nuestro territorio.
Pero, ¿qué es un socorrista profesional?
José Palacios Aguilar, profesor de la Facultad de Ciencias del Deporte y la Educación Física de A Coruña y coordinador del Grupo de Investigación en Actividades Acuáticas y Socorrismo, destaca que el socorrista tiene la obligación de “velar por la seguridad de los usuarios de las piscinas e instalaciones acuáticas, previniendo situaciones potencialmente peligrosas e interviniendo de forma eficaz ante un accidente o situación de emergencia”.
Según esta definición se diferencian claramente dos ámbitos de actuación; por un lado prever situaciones peligrosas y por otro intervenir de manera eficaz.
En contra de lo que piensa mucha gente no es mejor socorrista aquel que realiza muchos rescates de manera eficaz, sino aquel que es capaz de anticiparse a situaciones potencialmente peligrosas y evitar que se produzcan consecuencias lamentables. La prevención es por tanto un pilar fundamental en salvamento.
Según el propio Palacios, esta labor de prevención y vigilancia puede verse afectada por factores secundarios, que alcanzan una gran importancia en este contexto, como son:
- Recursos materiales y humanos disponibles
- Condiciones laborales
- Condiciones de las instalaciones
- Condición física del socorrista
- Preparación técnica del socorrista
Al ser muchos de estos factores externos e incontrolables por parte del profesional de salvamento, es en los dos últimos en los que debe centrar todos sus esfuerzos.
Entendiendo la condición física como la “capacidad de un individuo de realizar un ejercicio a una intensidad y durante una duración específica” (Anshell, 1991), podemos entender que hablamos de la capacidad del socorrista de soportar las exigencias producidas por un evento que requiera de su intervención.
Si tomamos como referencia que en una RCP en fatiga, el número de ventilaciones eficaces desciende un 20% en relación a una realizada en reposo, es comprensible que sea vital retrasar la aparición de la fatiga del profesional, para garantizar un rescate con mayores probabilidades de éxito.
Por ello, contar con profesionales con un alto nivel de exigencia y una condición física desarrollada, aumenta las posibilidades de que desarrolle de manera más efectiva su labor.
En segundo lugar, hablábamos de la preparación técnica del socorrista. Sin este pilar, la condición física se queda coja. Muchos deportistas profesionales y personas de a pie tienen una buena condición física, pero les faltan los conocimientos técnicos para poder abordar las condiciones de emergencia a las que se expone un socorrista a diario.
En la mayoría de los casos de accidentes graves en los que se aprecia responsabilidad civil, esta viene dada, no por la ausencia de socorristas si no por la negligencia de estos (Lloveras 2002).
Esta negligencia se puede dar por omisión, por la presencia de un técnico que no realiza sus funciones o por acción cuando el socorrista actúa de manera perjudicial para la víctima.
Es por ello por lo que se vuelve fundamental que el socorrista posea la mejor preparación a la hora de enfrentarse a situaciones que requieran su actuación.
Pero, además, la concienciación en materia de salvamento y socorrismo, a nivel social es imprescindible.
Hacernos conscientes de los riesgos que conlleva sumergirnos en espacios acuáticos sin vigilancia y evitarlo en la medida de lo posible, cuidarnos y cuidar de los demás y comenzar a sensibilizarnos con este tema en nuestros descansos estivales, sumado a la presencia de profesionales del área, hará que se reduzca, de una vez por todas, el terrible número de pérdidas anuales por ahogamiento.