Obesidad, sobrepeso y ejercicio físico
Tal y como anuncian desde organismos como la OMS o la Asociación Española de Pediatría, el ejercicio físico ayuda a prevenir y a combatir el problema de la obesidad y el sobrepeso en adolescentes y niños. Así lo demuestran numerosos estudios revisados y que a continuación se explicarán. Díaz, Mena, Celis Morales, Salas, y Valdivia (2015), en su estudio con 321 escolares obesos de edades comprendidas entre los 5 y los 7 años, plantearon un protocolo de actividad física junto a talleres nutricionales de una duración de 9 meses. Este programa de actividad física estuvo caracterizado por ejercicios de 45 minutos en los que se combinaron resistencia, fuerza, agilidad y velocidad durante los 5 días de la semana. Y aunque los resultados mostraron aumentos del peso corporal a causa del crecimiento de los sujetos, se apreciaron mejoras significativas en el IMC de toda la muestra y en el perímetro de cintura de varones, lo que reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular en este tipo de población. Así mismo García-Hermoso, Escalante, Domínguez y Saavedra (2013) demostraron como en intervenciones de actividad física y dieta hipocalórica a largo plazo, 3 años, los cambios son más evidentes en el IMC. A su vez, encontraron resultados positivos en diferentes parámetros metabólicos como el colesterol LDL, que disminuyó significativamente, en el HDL, que aumentó de la misma forma y en los niveles de triglicéridos. Además, el porcentaje de masa grasa disminuyó y se produjeron mejoras en la resistencia a la insulina.
Otro de los parámetros más afectados en niños y jóvenes con sobrepeso y obesidad es la capacidad y forma física en la que se encuentran. Hall López et al. (2017), en su estudio durante 10 meses con este tipo de población, demostraron que con una actividad vigorosa de 50 minutos durante dos días a la semana no solamente se redujo significativamente el porcentaje de grasa o el IMC, sino que también se produjeron mejoras en la capacidad aeróbica. Las limitaciones que podemos encontrar en este estudio son que no nos anuncia el tipo de ejercicio que realizan los niños comprendidos entre edades de 9 a 10 años. Así nos surge especial interés por el tipo de entrenamiento y e intensidad que mejores resultados da para combatir estas enfermedades en esta población.
Ejercicio aeróbico y de fuerza
Se han realizado algunos estudios en los que sí se detalla y diferencia de forma más clara el tipo de entrenamiento que los sujetos han seguido durante todo el tratamiento. Dâmaso et al. (2014) realizaron una investigación con 116 niños y niñas de entre 15 y 19 años, en la que diferenciaron claramente dos grandes grupos en función del tipo de entrenamiento. El primero de ellos únicamente realizó entrenamiento aeróbico mientras que el segundo realizó entrenamiento aeróbico y de fuerza. Ambos grupos realizaron ejercicio físico durante 1 año completo 3 días en semana durante 60 minutos en cada uno de ellos. Esto condujo a resultados muy concretos en los que se podía apreciar que el ejercicio aeróbico lleva a mejoras en parámetros como el IMC, porcentaje de grasa, el colesterol, triglicéridos o niveles de leptina, pero si se compara con el grupo que combina la fuerza con la resistencia, estas mejoras son menores. Por ello llegaron a la conclusión de que, aunque desde hace años se viene recomendando ejercicio aeróbico para este tipo de población, también se debe combinar con ejercicio resistido ya que ayudaría en mayor medida a prevenir estas patologías.
Un año más tarde, en esta misma línea, Goldfield et al. (2015) estudiaron durante 6 meses a un número mayor de chicos y chicas obesos de entre 14 y 18 años. Dividieron el total de la muestra en tres grupos, un primer grupo de trabajo aeróbico, el segundo de trabajo de fuerza y el tercero combinaba ambos durante las sesiones. Los tres grupos realizaron de 3 a 4 sesiones de entrenamiento semanales en los que la duración fue aumentando con el paso de las semanas hasta llegar a los 45 minutos. Apreciaron que los tres grupos aumentaron su nivel de autoestima, aunque el grupo que entrenaba únicamente fuerza obtuvo mejoras mayores en este aspecto y por supuesto en la fuerza percibida. Estas mejoras psicológicas se vienen asociando actualmente con una mayor facilidad para la disminución de la grasa, ya que se crea una mayor adherencia al ejercicio físico y el grado de deserción es menor. El entrenamiento combinado produjo mayores cambios en los niveles de acondicionamiento percibido. Por ello concluyen afirmando que el entrenamiento de resistencia o el que combina ejercicio aeróbico con ejercicio de fuerza, puede y debe ser una alternativa a los entrenamientos aeróbicos para poder tratar tanto psicológicamente como biológicamente la obesidad en adolescentes.
Tortosa-Martínez, Gil-Madrona, Pastor-Vicedo y Contreras-Jordán (2016) llevaron a cabo un tratamiento de 6 meses con niños y niñas del primer ciclo de educación secundaria obligatoria, en el que se realizó actividad física vigorosa combinando fuerza muscular y resistencia cardiovascular. En él encontraron resultados muy positivos en la capacidad cardiorrespiratoria. Los niveles de VO2max (ml/k/min) aumentaron en 9,3 puntos y la frecuencia cardiaca de recuperación disminuyó en 7,2 latidos por minutos. A su vez, se redujo el IMC y el índice de cintura cadera que tan utilizados son para el diagnóstico de la enfermedad. Se obtuvieron también importantes beneficios en la tensión arterial, reduciéndose la PAS y manteniéndose la PAD. Estos resultados, aunque la muestra recogida no es muy grande, evidencian que no se debe únicamente realizar ejercicio aeróbico en esta población, sino que se debe combinar con ejercicios de fuerza muscular ya que ayudaría también a prevenir enfermedades cardiovasculares en edades adultas.
Una muestra más grande fue la que se utilizó en el estudio de Fernández, Vásquez, Vega y Úbeda (2017). En él se recogieron datos de 206 niños y niñas con obesidad y sobrepeso con edades comprendidas entre 6 y 9 años. Los grupos que se formaron fueron dos. El primero de ellos simplemente realizó las dos horas de actividad física correspondientes a las clases de Educación Física en las que predominaba ejercicio aeróbico y el segundo cumplió 3 horas más de actividad en las que combinaron ejercicios de fuerza de grandes grupos musculares de manera intermitente a altas intensidades y en circuito. El grupo que únicamente realizaba dos horas de ejercicio físico empeoró sus valores de IMC, perímetro de la cintura y capacidad aeróbica y porcentaje de riesgo cardiovascular. Sin embargo, el grupo que realizó más horas de entrenamiento y que efectuó ejercicio de fuerza y potencia muscular de carácter intermitente y a intensidades altas disminuyó el IMC y el riesgo de enfermedad cardiovascular y aumentó su capacidad aeróbica. Esto nos hace reflexionar si las dos horas que actualmente dedican los niños en el colegio o institutos son sufrientes para prevenir y combatir este tipo de enfermedades.
En oposición a los estudios anteriormente citados, se encuentra uno más reciente de Lee et al. (2019). Se estudió durante 6 meses a 118 chicos y chicas de entre 12 y 17 años que se dividieron en un primer grupo que trabajó únicamente la resistencia aeróbica, un segundo que solo realizó ejercicios de fuerza y un tercero que combinó los dos anteriores. Es importante resaltar que los tres grupos siguieron una dieta de la primera a la cuarta semana en la que se controlaron los hidratos de carbono, proteínas y grasas, y de la cuarta a la última semana se les indicaba que siguieran una dieta para que el balance negativo de energía estuviese propiciado únicamente por el ejercicio. Aunque se demostró que los tres tipos de entrenamiento fueron beneficiosos para la reducción de la grasa corporal, mejorar la sensibilidad a la insulina, bajar niveles de glucosa y aumentar la capacidad cardiorrespiratoria y de fuerza, fue el ejercicio aeróbico el que mejores resultados proporcionó en la reducción de peso, grasa corporal e IMC.
Todo esto hace reflexionar sobre qué tipo de entrenamiento sería mejor para combatir la obesidad en niños y adolescentes, de fuerza, aeróbico o combinado en la misma sesión. Pues bien, se llega a la conclusión en este apartado de que se deben utilizar los tres tipos de entrenamiento durante la programación semanal. Uno de los días en los que se trabaje únicamente la fuerza, otro en los
que se trabaje la capacidad aeróbica y otro día en el que se combine ambos entrenamientos. La fuerza, a parte de otros beneficios, va a aumentar la adherencia al ejercicio físico y el aeróbico según el estudio más reciente, citado en el párrafo anterior, el que más va a disminuir la grasa corporal y el IMC, entre otros muchos beneficios.
Por otro lado, el entrenamiento combinado va a propiciar mayores beneficios sobre la presión arterial, niveles de colesterol y triglicéridos que los que se obtienen con los entrenamientos aislada. Así lo demuestran también Seo et al. (2019), que comparan el entrenamiento cardiovascular con el combinado.
Entrenamiento continuo moderado de larga duración o HIIT
Dentro del entrenamiento aeróbico, autores de la bibliografía científica comparan diferentes métodos para realizarlo en este tipo de población. De este modo comprueban cual sería más efectivo para la mejora de diferentes parámetros de salud y de capacidad física.
Dias et al. (2018) realizaron un estudio durante doce semanas con niños y niñas de 7 a 16 años. Dividieron el total de la muestra en tres grupos que realizaban actividad física durante 3 días a la semana. El primero de ellos realizó entrenamiento continuo de intensidad moderada más consejos nutricionales, el segundo llevó a cabo entrenamiento interválico de alta intensidad con frecuencias cardiacas entre el 85 y el 90% de su FCmax más consejos nutricionales y el tercer grupo únicamente recibía consejos nutricionales. Se encontró, tras doce semanas de estudio, que el HIIT fue más eficiente que el entrenamiento continuo para aumentar la capacidad cardiorrespiratoria (VO2max) y que el nivel de adherencia al programa (30%) fue más alta que en los otros dos grupos (25% aeróbico y 21% en únicamente consejos nutricionales). No ocurrió lo mismo a la hora de la reducción de biomarcadores cardio-metabólicos. También afirmaron que el HIIT no reducía más que el ejercicio continuo los niveles de adiposidad total o abdominal, pero que sí reducía en mayor medida el colesterol LDL y los niveles de triglicéridos.
Sin embargo, en el estudio de Delgado-Floody, Espinoza-Silva, García-Pinillos y Latorre-Román (2018), realizado con una muestra más amplia (197 escolares de seis a once años) y con una mayor duración (28 semanas), pudieron comprobar cómo el HIIT sí que reducía el porcentaje de grasa, el perímetro de cintura y el riesgo de enfermedad cardio-metabólica tanto o más que el entrenamiento de intensidad media y larga duración y lo hacía de forma más eficiente, ya que este último tipo de entrenamiento necesitaría de más tiempo para llegar a los mismos resultados.
Por lo tanto, para este tipo de población sería más recomendable prescribir ejercicio interválico de alta intensidad puesto que no solo mejora tanto o más diferentes parámetros cardio-metabólicos y de capacidad aeróbica, sino que también es más eficiente. Esto hace que el nivel de adherencia se vea aumentado respecto al ejercicio de larga duración.
Ya conociendo los beneficios que tiene el HIIT respecto al entrenamiento de larga duración, Chuensiri, Suksom y Tanaka (2018) llevaron a cabo una investigación en la que compararon el entrenamiento de HIIT con el de Supra HIIT. El protocolo de actuación se llevó a cabo con un ciclo ergómetro y tuvo una duración de 12 semanas con una frecuencia de 3 días. El grupo de HIIT realizó series al 90 % de la potencia máxima y el de supra-HIIT al 170%. A su vez, los investigadores cuantificaron la intensidad del ejercicio con la frecuencia cardíaca. Los resultados mostraron que ambos entrenamientos fueron eficaces para mejorar la capacidad aeróbica de los sujetos, la estructura vascular, el perfil lipídico y la tensión y rigidez arterial. Sin embargo, tanto el peso como el nivel de adipocitos apenas mostraron cambios. Comparando ambos entrenamientos, el supra-HIIT, demostró ser más eficaz y agradable que el HIIT, por lo que tuvo una menor deserción. Los investigadores destacaron que este tipo de entrenamiento se puede completar en aproximadamente 5-10 minutos sin contar con el calentamiento y la vuelta a la calma. De esta forma se evitarían largos periodos de entrenamiento y se minimizaría el tiempo que los padres acompañan a sus hijos. Concluyen afirmando que los HIIT son una estrategia para poder modificar el estilo de vida de adolescentes y preadolescentes.
Aunque se demostró que el entrenamiento de alta intensidad fue más efectivo para el tratamiento de la obesidad infantil y juvenil, hay que decir que debe ser aplicado y dirigido por personal especializado ya que son demasiado exigentes y podrían tener consecuencias negativas en forma de lesión muscular o articular perjudicando la salud de niños y jóvenes. Por ello, al igual que cualquier otro tipo de entrenamiento y población, deben ser adaptados e individualizados en función de las necesidades y capacidades de la persona.
Nuevas tecnologías y adherencia al ejercicio físico
Algunos autores han podido comprobar como el uso de las nuevas tecnologías para cuantificar la intensidad de las actividades realizadas o incluso para prescribir el ejercicio físico pueden hacer que la adherencia al mismo se vea aumentado.
Por un lado, Martínez-López, Moreno-Cerceda, Suárez-Manzano y Ruiz-Ariza (2018) compararon el consumo calórico y la satisfacción de los padres y alumnos de dos grupos de niños de entre 9 y 12 años durante tres meses. Ambos grupos realizaron un total de 60 minutos de ejercicio diario, uno de los grupos utilizando pulsómetro para cuantificar la intensidad del ejercicio y el otro no. En este caso pudieron comprobar como el consumo calórico fue similar en ambos grupos, sin embargo, el empleo de pulsómetro supuso un papel motivador, de adherencia y ayudó a aumentar el tiempo diario de actividad de alta intensidad.
Por otro lado, Bruñó et al. (2018) compararon tres grupos de niños españoles entre 9 y 16 años con sobrepeso. El programa consistió en la realización de sesiones de 60 minutos durante 5 días a la semana y en un tiempo total de tres meses. Se combinaron ejercicios aeróbicos y de fuerza, con dieta mediterránea. El primer grupo usó una guía de ejercicios escrita y el segundo y tercero una guía online, pero el tercero recibía constantemente correos electrónicos con mensajes motivadores. En los grupos de guía online los participantes podían elegir un avatar y su música preferida para realizar la sesión.
Pues bien, aunque los resultados no mostraron diferencias amplias entre los tres grupos en el consumo máximo de oxígeno o la fuerza manual, sí lo hicieron sobre la tensión arterial, que mejoró más en los grupos que utilizaron el método online. A su vez, comprobaron que se podía llevar un mejor control de los grupos con la guía online y que la adherencia al ejercicio fue mayor.
Uno de los aspectos que más llamó la atención a los investigadores fue que el grupo que recibía mensajes motivadores no mejoró la adherencia al ejercicio en comparación al grupo que no los recibía. La explicación ante esto fue que el feedback aportado no se realizaba en tiempo real, por lo que no suponía demasiada motivación para los alumnos.
Finalmente, aunque el uso de las nuevas tecnologías por parte de los niños y adolescentes ha afectado negativamente sobre la salud de estos aumentando el sedentarismo y acrecentando así el riesgo de padecer obesidad, si se usan de forma correcta y como estrategia para aumentar la adherencia al ejercicio físico, pueden ayudar a preservar y mejorar la salud de niños y jóvenes.
PROFESOR: Jose Gozalo García